martes, 27 de febrero de 2007

El velo de la publicidad

Hoy impera (literalmente) una concepción desviada del hombre donde, en su calidad de homo sapiens, se considera a sí mismo y a sus congéneres como participes de la especie que piensa, pero cada uno (salvo aquellos seres supremos que saben como funciona un control remoto) el espécimen que ignora datos y es incapaz de procesarlos y entender, ni siquiera el abrumador misterio que es nuestra presencia acá, en el mundo, sino que algo tan patente como la mecánica de las cosas. Hoy por ejemplo me encontraba realizando la noble tarea de limpiar la jaula de mis aves de gracioso vuelo coartado, cuando estimé conveniente auxiliarme por alguno de los muchos cocteles químicos que guardamos en los lugares lo más al alcance de los niños posible de nuestra casa y que cotidianamente conocemos como productos de limpieza. Hay que aclarar que estas botellitas no contienen jamas “blancura insuperable” para su alma, ni que manteniendo su cocina y baño lo más parecido posible a un quirófano se prevendrá de la pandemia, tan temida, mas de esperar para cualquier organismo tan complejo como nosotros. Mi objetivo era sacar caca de periquito australiano de un ventanal. Me encuclillé frente al lavaplatos y, gavetas de par en par abiertas, comencé a revisar qué frasco contenía el producto con las propiedades químicas necesarias para lograr mi objetivo, pero me encontré con que la preocupación por la limpieza tiene una forma mucho menos clara que lo que a primera vista parece. De hecho la preocupación por la limpieza trascendió su efecto antiséptico para instalarse entre nosotros como un símbolo de nobleza y estatus social. La publicidad toma conciencia y apela a esto en sus producciones, y así el mercado de productos de limpieza ha surgido como uno absolutamente esloganista y artificial. Se hacen intentos por refrenar este tipo de situaciones: como, por ejemplo, la exhibición obligatoria de los valores nutricionales de los alimentos en sus envases. Esto supone que los niños deberían aprender en el colegio cual es la diferencia entre la “grasa total” y la proteína y, ayudada un poco su débil voluntad por figuras paternas ortopédizantes, ser capaces de alimentarse como conviene a un cuerpo que ha de estar siempre listo para algún juego. Contradictoriamente, los índices de obesidad infantil crecen sostenidamente. Hay ejemplos mas graves de la confianza absoluta en la idiotez de la gente: en los medios. No es la idea andar correteado por la vida pensando que el gran hermano nos vigila mientras nos masturbamos a puerta cerrada, la idea es reconocer cómo nos hemos sumido en un proceso de desilustración, que no es para ninguno un misterio. Los músicos de planta del Municipal de Santiago., que para obtener un titulo de instrumentista profesional van a la universidad por mas tiempo aveces que un médico de especialidad -es decir, de seguro por mucho mas que un MBA- tienen que salir a mostrar su trabajo a la vereda de enfrente del teatro para concienciar a la sociedad de su desesperada situación. En diplomacia la cosa anda tan mal que hemos sido incapaces de abrir un dialogo intercultural respetuoso –en el momento que mas necesario se hace- y el presidente de uno de los países más prósperos del mundo occidental es un belicista demente con menos cultura que un estudiante de periodismo de segundo año. Acá en Chile tenemos la perfecta excusa para considerarnos idiotas: el alicaído estado de nuestra educación. Por eso es que no nos extrañamos de que las mujeres queden encintas a los catorce; es por eso que cuando salen los escolares a destruir santiago lo enaltecemos como el más procedente acto de reivindicación de un derecho fundamental negligentemente descuidado por el gobierno. No todos tenemos que ser físicos cuánticos, porque es el caso que alguien tiene que cosechar las papas para comer y las uvas para hacer el vino. Sin embargo, no hay excusa para la manera hollywoodense de presentarnos las cosas que tiene la publicidad. Sería maravilloso si nosotros, sabiendo que un detergente es a base de glicerina, pudiéramos discernir en que situación ocuparlo, con que costo para el ecosistema y que resultado cabe esperar, y no depender de un logotipo colorinche -que nada dice sobre la composición del producto- para creer saberlo. Seria maravilloso que la gente conociera un poco mas el mundo y no tanto el supermercado.

1 comentario:

Topi dijo...

1)Hace tiempo que insisto a mis colegas científicos (sin resultados) sobre la necesidad de cambiar el nombre a nuestra especie. Algunos de los epítetos que propongo: Homo ridiculus, Homo inutilis, y por supuesto, Homo lemming, en honor a la costumbre de estos absurdos roedores de recurrir al canibalismo y el suicidio en masa cuando su sobrepoblación alcanza niveles insostenibles ecológicamente.
2) La mejor opción para sacar caca de ave de superficies lisas es el amoníaco, que ademas dejará sus ventanas radiantes, listas para arrancar los dientes y destrozar la nariz a algún desprevenido transeúnte. Debido a su penetrante olor, recomiendo alejar la jaula de las delicadas criaturillas hasta que se evapore completamente.