jueves, 22 de marzo de 2007

Dn. Andrés Bello

Vivimos en un país donde la enorme mayoría de los habitantes es incapaz de reconocer a Shakaspeare de Cervantes. Vivimos en un país en que la cultura ocupa uno de los últimos lugares en la jerarquía de de temas de interés para la opinión publica ( a menos que llegue de Francia una niña de seis metros que se méa en la mitad de la plaza de armas. Pero, lamentablemente, la última obra de Habbermas es incapaz proporcionar tal espectáculo). Vivimos en un país donde el derecho de educarse, garantizado por la constitución, corre mas por cuenta de los particulares que del estado. Vivimos en una época en la cual contamos con herramientas tan sofisticadas como precisas para la difusión de la información (TV, Internet, entre otras), sin embargo Isabel Allende se niega a aceptar que su ultima novela (libro que tampoco será un aporte cultural de primera línea para occidente) sea vendida en la calle a un precio razonable y al alcance de un ser humano que vive y mantiene a una familia con dos mil dólares al año. ¿Dónde quedó el ideal ilustracionista de personas como Andrés Bello o Camilo Henríquez? Como niñito de bien con pocas habilidades para el balompié, sentí muy tempranamente cierto interés por los libros. Mi padre, quien por ese entonces ejercía de abogado, contaba con una discreta biblioteca donde asomaban entre los tratados de derecho civil las obras de Platón, Montesquieu, Tolstoy y a. France, entre otros. Yo, desde un punto en adelante, siempre tuve en mi velador alguna de estas trabalenguosas obras. Jamás fui capaz de terminar siquiera un diálogo, sin embargo lo pasaba de maravilla leyendo las aventuras de Sócrates. Esta es una historia que pocos de mis coetarios pueden contar, pues la mayoría de los que tuvieron mis oportunidades estaba mas preocupados de la campaña del Colo en la libertadores que del suicidio (político y literal) de Sócrates. Del otro lado de la moneda (o de la ciudad, para ser más exacto), el resto de mis coetarios dudaban si volver a sus hogares destruidos por el alcohol y la violencia un día martes después de una jornada de clases en un liceo destruido por el descuido y la negligencia de toda una sociedad (educandos incluidos). ¿Cómo es posible que un país que tuvo la suerte de contar con un educador tan preclaro como Bello termine siendo presa tan fácil de la ignorancia, el consumismo y el facilismo? Tal vez la respuesta a esto se encuentra en las falencias y descuidos en que incurrió nuestro panamericanista educador.
Don Andrés bello nace en 1781, en caracas y recibe su educación superior en la misma ciudad en el Seminario y Universidad de Santa Rosa. Allí aprende el latín por las exigencias curriculares del bachillerato en artes que cursa. Al terminar su bachillerato decide aprender por cuenta propia el francés y el inglés, decisión absolutamente desentendida de la realidad de su país que solo hoy, después del exterminio de alguno que otro, cuenta con una treintena de pueblos indígenas organizados y distribuidos en mas de 1500 comunidades. No gracias a él es que hoy esta consagrado en la constitución de Venezuela el uso oficial (para las respectivas comunidades que las mantienen vigentes) de las al menos 31 lenguas indígenas que aun se conservan. Queda claro entonces que el interés de Andrés Bello no tiene nada que ver con alguna realidad que le inquietaba de su tan querida América, sino que es alimentado principalmente por las ansias de llevar a cabo un ideal irresponsable y utópico. Claramente él no visualizó la complejidad de las repúblicas que surgían en este continente aun ignota en aquel entonces para la Europa ilustrada, e ignota para la mayoría de nosotros incluso en la actualidad.
Andrés Bello no tuvo desavenencia alguna con su pluma y no supo, al parecer, de épocas de sequía literaria. Su prolífica obra está reunida en una edición de 26 tomos, y gruesos. Sus principales intereses son: las palabras (filología, gramática, poesía, critica literaria), los asuntos de estado (código civil, derecho internacional, derecho romano), la filosofía (principalmente la del entendimiento) y la educación. También hay un tomo de los 26 dedicado a la “cosmografía y otros temas de divulgación científica”. Pero no nos dejemos engañar por este currículo de hombre de letras “chasquilla”. Sus obras no adolecen en lo más mínimo de superficialidad. Su “Gramática de la lengua española destinada al uso de los americanos” (de los que saben leer, y en español, por supuesto) goza de la fama de ser de las mejores y más útiles gramáticas castellanas alguna vez escritas. Trabajó en la reconstrucción del poema del Mio Cid, siendo su labor reconocida por los más excelsos estudiosos de dicha obra. Pero de lo escrito por el venezolano nacionalizado chileno, la pieza de mayor trascendencia es, sin duda, el Código Civil de la República de Chile. Trabajó también en el equipo de redacción de “La Araucana”, fue senador de la republica durante tres periodos consecutivos, desempeñó un rol protagónico en la creación de la universidad de chile… en fin, no era un hombre que le hiciera el quite a la opinión pública.
¿Por qué una persona que dedicó su vida casi religiosamente a la libertad de todo un continente es hoy puesto en entredicho por un holgazán de mi talla? Es muy fácil observar la obra de Bello y estarle inmediatamente agradecido por tal dedicación y laboriosidad. Sin embargo creo que hemos de ser un poco más cuidadosos a la hora de estallar en aplausos e idolatrar a algún personaje histórico, sin importar cuantas calles lleven su nombre o cuantas toneladas de bronce se han fundido en honor de su busto. Los problemas de América Latina hoy nos parecen a todos evidentes. La pobreza, la pérdida acelerada de la identidad popular (o cultural), el escaso nivel de industrialización, las constantes desavenencias internas de los distintos actores sociales de cada país y de los mismos países entre sí, son algunos de los indicios de decadencia precoz que muestra el último de los continentes en aparecer en el certamen global. Para mí, los orígenes de estos problemas están en los esfuerzos que se han hecho por ajustarnos al modelo cultural europeo, en desmedro de nuestra identidad quiltra y jovial. La independencia de nuestro país no fue, al parecer, un proceso cultural, sino más bien un acontecimiento político. Por eso es que políticos de la talla de Bello son recordados con tanto encomio por los libros de historia del colegio.
Sobre Andrés Bello hay muy poco que desmitificar, pues es alguien que, por una parte, fue un personaje público de su época, y por otra, fue siempre un hombre de letras y especialmente un jurista que se mantenía alejado de los escándalos de los bohemios de ese entonces (salvo, tal vez, cuando participó de la generación del 42. sin embargo esa no fue una generación de literatos al estilo “Beat”, sino que fue un movimiento de pensadores). Lo que si hay que hacer con la figura de Andrés Bello es someterla a exámenes críticos del tipo que intento yo llevar a cabo acá, examen del que no debería estar exento ninguno, sin importar cuan representativo sea de algún ideal que algún gobierno desee graficar.